jueves, 17 de marzo de 2011

Lluvia seria


He salido a la calle, pero como llovía he vuelto para coger el paraguas.

En el armario del recibidor tengo dos paraguas. El paraguas “por si acaso” que es pequeño, verde, plegable, con un manguito de madera y en el que he puesto mi inicial “Y” para reconocerlo cuando no puedo entrarlo conmigo a los sitios. Y el paraguas “lluvia seria” que es el que utilizo cuando llueve de verdad, cuando no sólo chispea sino que si no llevas paraguas el agua te cala toda la ropa.

Mi paraguas “lluvia seria” es viejo, me lo regaló mi abuela hace muchos años, y de un color rojo granatoso, también con mango de madera. Como está muy usado, las varillas están dadas y he tenido que coserlas por dentro, por fuera no se ve y conserva su aspecto de gran resguardador de agua.  A veces, cuando lo miro, desde adentro, me entra un cosquilleo en el estómago y me pongo a caminar más deprisa, como nerviosa, y es que no encontré hilo rojo granatoso para coser las varillas y lo tuve que hacer con el único hilo disponible de mi costurero, verde botella. A mi paraguas “lluvia seria” no le he hecho ninguna señal porque es fácilmente reconocible.

Después de repasar a través de la ventana el tipo de lluvia de hoy, gotas pequeñitas pero bastante constantes, he decidido, debido a mi recorrido que hoy será más largo para llegar al trabajo, coger el paraguas “lluvia seria”.

Bajando la escalera he comprobado que mi paraguas es lo suficientemente largo para hacer de bastón y lo he usado como tal  por la portería. Enseguida me he dado cuenta de que la lluvia era peor de lo que pensaba. He aligerado el paso hacia la biblioteca, que, aunque no está demasiado lejos, es tiempo suficiente para empaparse. Tengo que dejar unos libros y luego ir a la boca del metro que tampoco queda lejos, pero me daré mucha prisa, no quiero mojarme.

Al llegar a la biblioteca, veo ese enorme cubo donde debo dejar mi paraguas que escupe agua por todas partes. Lo dejo segura de que mi transacción será rápida, pero al entrar veo una pequeña cola en el mostrador donde se devuelven y cogen libros. Alguien pregunta como hacerse el carné. La transacción se alargará. Hay tres personas antes de mi, por suerte dos van juntas. Un grupo de chicas entra a la biblioteca, están de visita rápida, cogen unos panfletos, hablan de un “club de lectura”. Espío la conversación, me aburre tanto esperar… Las chicas se van pero por suerte ya es mi turno. Le doy los libros, “son para devolver”, espero un segundo hasta comprobar que todo está en regla “muy bien, perfecto”, dice la bibliotecaria, me despido y salgo disparada, me ha parecido que llovía más fuerte y no quiero mojarme.

Miro al cubo, buscando mi paraguas “lluvia seria” y no lo encuentro entre los presentes. Me quedo allí de pie, petrificada. Repaso los paraguas presentes, azul, verde limón, rosa, de patitos, ¡uno rojo!...pero es rojo chillón. Pierdo mi mirada a través del cristal de la puerta aterrada por mi situación, y allá a lo lejos, entre el grupo de chicas que acaba de abandonar la biblioteca veo el paraguas rojo granatoso, ¡mi paraguas “lluvia seria”! En un segundo, casi sin pensar, deduzco que una de esas chicas ha confundido su paraguas rojo chillón con mi paraguas, cojo en un brusco movimiento el paraguas rojo chillón, lo abro y me dirijo corriendo hacia el grupo.

Mis tacones, el pantalón ajustado que me permite escaso movimiento de piernas, y el suelo de adoquines me hacen lenta. Las chicas empiezan a escurrirse entre la multitud que se acerca al metro. Me impaciento intento aligerar mi carrera, más y más deprisa.

De repente mi tacón derecho encuentra un adoquín levantado, mientras mi tacón izquierdo resbala cuesta abajo con un plástico de unas ex galletas  “Chips a joy”. Noto como mi cuerpo se desequilibra, aún doy varios pasos hasta que aterrizo en el suelo, sin soltar el paraguas rojo chillón y sin soltar el maletín con papeles de trabajo. Me quedo completamente empapada en el suelto horrorizada ante el pensamiento de la pérdida de “lluvia seria”. Siento vibrar el suelo y entiendo que debo levantarme, el metro se acerca pero aún no ha salido, ¡tengo una oportunidad! Para ello debo soltar alguno de los objetos que sujeto todavía en mis manos...

Pienso que tengo menos que perder si dejo soltar al paraguas chillón ya que ya estoy francamente empapada. Me pongo de pie e intento sacudirme. Varias personas, a las que intento no mirar a la cara me preguntan si estoy bien, asiento y se lo agradezco, todo a la vez. Justo cuando levanto mi cabeza para continuar mi camino, se levanta una ráfaga de viento que se lleva consigo al paraguas rojo chillón. El paraguas empieza a dar vueltas y corro detrás de él. En una de esas vueltas de campana a las que le somete el viento deja verse su interior. Hay pequeñas manchas de color verde botella en las varillas. En ese momento reparo en que es mi paraguas “lluvia seria” que ha cambiado de tonalidad con la lluvia y que ahora puede acabar sin utilidad por los golpes del viento.

No lo dudo ni un segundo, me hecho a correr por mi paraguas sin pensar en mi ropa mojada, en las manchas en mi traje, en el plástico de galletas enganchado en mi zapato izquierdo. Corro tras él, más rápido que nunca y chillo “¡cojan ese paraguas rojo granatoso por favor!”.